Por Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
“No quiero, yo Señor
El texto del Santo Evangelio sigue dándonos una luz muy bella porque es bien sencilla, se trata de que Dios es un gran Señor, gran empresario; Él sí, es un emprendedor creativo, espléndido, lleno de poder y de riqueza. Hemos observado que son, ciertamente en una parte de los evangelios, son tres momentos en que habla de la viña, con distintas facetas: ya vimos aquel gran Señor que invita a todo el que encuentra, a todos invita a su viña «vayan ustedes a mi viña, vengan a mi viña»; y al final, su denario, su paga; entendemos, y así Cristo, de la mejor recompensa es la persona, una persona, estaremos siempre con el Señor.
Hemos visto que así es como empieza la historia de salvación: «¡Escucha Israel!, el Señor tu Dios es uno, uno solo; amarás, adorarás al único Señor y no tendrás otros dioses distractores»; esta parábola es donde refleja también ¡si! ya no poderío, sino familiaridad, intimidad, como a los que invite, como a los que entren a la viña, pues son personas queridas, personas que tienen que estar comprometidas, empeñadas, ilusionadas en el trabajo, en la cosecha de la viña, y por eso va con sus hijos.
Luego vendrá una tercera parábola de los viñadores que ven el éxito de la viña, la abundancia de los frutos y se adueñan; no quieren saber ya nada de su Señor, no quieren ofrecerle lo que le toca y aunque les mande mensajeros y a su propio Hijo, pues hasta lo asesinan para quedarse con la viña; un poco lo que está pasando en la actualidad, el hombre de hoy quiere adueñarse de la viña de Dios, de la obra de Dios, sin rendirle cuentas, al menos sin mantener la relación justa que se merece Nuestro Señor.
Pero hoy fijémonos en este texto, creo que lo que vale la pena resaltar es esto: ‘Entras a la viña, trabajas en la viña, eres hijo de Dios′, es porque Él te escoge, Él te quiere y te quiere trabajador, te quiere útil, te quiere emocionado en las cosas de Dios, en las cosas que haces; de ahí surge también emoción en lo que hacemos cotidianamente, hacer bien las cosas. Aparece pues en cierto momento una rebeldía, un hijo rebelde que dice: este, pues bueno ‘¡yo sí voy! pero no va, y otro que dijo que no, y si va′.
Bueno y entonces pasamos a dos aspectos muy bellos de esta parábola; fijémonos en el que se arrepiente ¡se arrepintió! como es valioso ante Dios el arrepentimiento; es de las primeras palabras en algunos textos que utiliza Jesús: “¡arrepiéntanse!” están mal, no creas que estás haciendo todas las cosas bien, estás actuando mucho según tu criterio, y tu egoísmo y tu conveniencia, corrígete, recapacita; ya este aspecto en la vida es mucho muy importante, porque el mundo también se hace cabezón, caprichudo, terco, y no quiere oír, y no quiere reflexionar, y no queremos reconocer y ser humildes.
Ahí tenemos una enseñanza muy bella: todos los católicos siempre ‒incluso la Sagrada Eucaristía es el primer espacio que nos ofrece‒ pidamos perdón al Padre, y que nos ayude la Santísima Virgen y los santos, pero esto es en serio, pidamos perdón, arrepintámonos; ustedes hermanos pidan porque yo me convierta, porque yo cambié, ayúdenme a cambiar, ayúdenme a ser mejor; y luego ya viene el sistema de aprendizaje, la enseñanza de Dios y la alabanza, la alabanza sublime, la adoración perfecta, que es pues la plegaria eucarística; y la comunión sella ese encuentro precioso, esa identidad con Dios.
Y viene después un aspecto muy bonito, que ojalá nosotros recuperáramos pero muy en serio, ¡obedeció! puede ser que nos arrepintamos, que reconozcamos, pero que sigamos ahí acalambrados, inútiles, flojos, ¡No! fue, obedeció, hizo, hizo, trabajó según la voluntad de su Padre, se fue la viña. La obediencia mis queridas hermanas, mis queridos hermanos es crucial, en este universo que Dios ha creado, número uno: yo diría ‘obedecer′.
Adán y Eva desobedecieron, fatal; la desobediencia es trágica, desobedecer ‒y casi podríamos decir con poquito que desobedezcamos‒ ya fallamos, ya la regamos, ya nos metimos en un problemón, ‘obedecer′, que todos nosotros sigamos en esa disposición, en esa actitud, casi yo diría a flor de piel ‘obedecer′; incluso superar ese dicho mexicano que dice “el que obedece no se equivoca” como diciendo ‘pues ese está mal, ese se equivocó, yo no, yo obedecí′ ¡No!, no es eso; al que obedece le va bien, punto. De hecho vean, el que obedeció no empezó ahí con cabriolas, no empezó ahí con excusas, explicaciones ¡no, obedeció y se acabó! ¡Obedeció, hizo la voluntad de su Padre, éxito! ese es, así debe ser, está bien.
Y bueno acudamos siempre Cristo; qué bueno que hoy nos tocó el texto de la Carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses, en donde él abre su corazón, y quiere dar lo mejor a sus comunidades cristianas, es el Capítulo 2 porque vale la pena, todo filipenses vale la pena, Efesios, todas las Cartas del Apóstol son Magisterio Apostólico, delicioso, y dice: «Seamos como Cristo, imitemos a Cristo, se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por eso Dios lo engrandeció, por eso Dios lo exaltó, por eso puso a su disposición y puso para Él todo señorío, todo poder, toda gloria» porque Él va a usar bien, Él va a hacer bien las cosas, Él no va a seguir perjudicando, dañando, descuidando lo que se le confía, porque fue obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso cómo decía Nuestro Señor Jesucristo Ustedes no juzguen, ‘ustedes no se trepen sobre los demás, espérense a que venga el Señor; bueno cuando Él venga y los llene ya de su Espíritu y los purifique, y santifique y llene de sabiduría, ustedes también se sentarán sobre 12 tronos y juzgarán a las 12 tribus de Israel, hasta entonces, no ahorita, cuando ya su identidad, cuando ya su lealtad a Dios haya sido a carta cabal′. Pues queridas hermanas, mis queridos hermanos, este domingo, ustedes y yo pidamos para nuestra persona, para nuestra Iglesia muy querida, el don, el regalo de la obediencia, al estilo de Cristo, en el sacrificio. Así sea.