En la breve mejoría que se indicó al reportar la disminución de contagios, sobre todo en los países de Asia y Europa hace unas semanas atrás, apenas entrado el otoño y ya se habla de un agravamiento de la crisis sanitaria por el creciente aumento de contagios por el Covid-19, que para la Organización Mundial de la Salud es un claro rebrote. Lo que no es una sorpresa para los expertos en la salud, sobre todo en el comportamiento de las epidemias que saben -estas- tienen sus ciclos y que solo una vacuna podrá, primero, disminuir los contagios, y, segundo, posiblemente controlar o erradicar la enfermedad. La sorpresa ha sido para la población, en todo el mundo, porque un aislamiento prolongado que hasta ha ocasionado estallidos sociales, una segunda ola de contagios, que ya está a la vista con la información que incluso ha superado hasta por más del doble el número de personas contagiadas que cuando golpeó el virus por primera vez. 

En América Latica aún no se concluye los primeros efectos, que evidentemente han sido desastrosos, sobre todo, por la pérdida de vidas humanas, muchos familiares fallecidos, y le siguen el desempleo y la desestabilidad social. Situación que con mayor o menor medida, se ha generado en todas partes.

Nuestro país no es la excepción, y son muchos los desafíos que aún tenemos que enfrentar, ante una crisis que se suma a tantas otras que la sociedad mexicana ya llevaba a cuestas. Sin embargo, desde la mirada de Iglesia, la cual formamos todos los bautizados, nos reanima y fortalece la confianza, en que a la par de las autoridades de gobiernos, principalmente las de salud, con los ciudadanos, reforzando las medidas para la protección de la salud y evitar a toda costa el contagio, juntos podremos salir delante de este agobio, ya insoportable para muchos, y alcanzar mayor conciencia social en que hasta que se distribuya una vacuna segura y efectiva, la sana distancia, el lavado constante de manos con agua y jabón, el uso frecuente de gel con 80% de alcohol, el uso correcto del cobrebocas, no abrazar, besar y ni saludar con la mano, y acudir inmediatamente al médico si se presente el menor síntoma o se cree que estuvo expuesto, son las medidas sanitarias que debemos promover y practicar cada día.

Los Obispos de México, de nuestra Provincia Eclesiástica de Tlalnepantla, y los Presbiterios de las ocho diócesis que la integran, han sido muy claros en la colaboración con las autoridades sanitarias, para ofrecer a la feligresía las condiciones óptimas para que el proceso de fe, de celebración de los sacramentos y de toda actividad evangelizadora, continúe y no se interrumpa más.

El Papa Francisco señaló a principios del mes de septiembre que “la crisis que estamos viviendo a causa de la pandemia golpea a todos”, e insistió que “podemos salir mejores si buscamos todos juntos el bien común; al contrario, saldremos peores”. Enfatizó que “la respuesta cristiana a la pandemia y a las consecuentes crisis socio-económicas se basa en el amor, ante todo el amor de Dios que siempre nos precede. Él nos ama primero, Él siempre nos precede en el amor y en las soluciones”.

Juntos con el Papa, nuestras Iglesias diocesanas que optaron por la Espiritualidad de Comunión, sabemos que en ella está la clave para caminar unidos, fraternos, solidarios y corresponsables, y que el trabajo conjunto a favor del cuidado de todos, es el llamada cristiana para enfrentar este mal: con paz, comunión y esperanza. ¡Hagámoslo juntos!