La Santidad no está limitada a un cierto grupo de personas o a una determinada edad, es la característica principal de todo ser humano como hijo de Dios, de acuerdo con lo revelado por nuestro Padre Dios en el Antiguo Testamento: “Sed Santos porque yo, el Señor, vuestro Dios soy Santo” (Lv 19, 2). Lo cual es confirmado también en el Nuevo Testamento por nuestro Señor Jesucristo (cfr. Mt 5, 48).

Un ejemplo claro y hermoso lo tenemos en san José Sánchez del Río, para todos nosotros, pero de manera especial para los jóvenes en este año dedicado a ellos. Nuestro mártir nació el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, Michoacán. Cuando en 1926 estalló la llamada “Guerra Cristera”, José se unió a las fuerzas al decretarse la suspensión del culto público: “Fue capturado por las fuerzas del gobierno, que quisieron dar a la población civil que apoyaba a los cristeros un castigo ejemplar”. “Le pidieron que renegara de su fe en Cristo, so pena de muerte. José no aceptó la apostasía. Su madre estaba traspasada por la pena y la angustia, pero animaba a su hijo de mantenerse fiel a Cristo”. “Entonces le cortaron la piel de las plantas de los pies y le obligaron a caminar por el pueblo, rumbo al cementerio. Él lloraba y gemía de dolor, pero no cedía. En el camino se detenían y le decían: “Si gritas ‘Muera Cristo Rey’, te perdonamos la vida”. Pero él respondía: “Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe””.

“Ya en el cementerio, antes de disparar sobre él, le pidieron por última vez si quería renegar de su fe. No lo hizo y lo mataron ahí mismo. Murió gritando: “¡Viva Cristo Rey!””. Fue beatificado: 20 de noviembre de 2005, por el Papa Benedicto XVI, y canonizado el 16 de octubre de 2016, por S.S. Francisco.

Hoy también en nuestro México, como san José Sánchez, estamos invitados a ser discípulos y misioneros intrépidos de Jesucristo, para defender la vida, ante la impresionante multiplicación y agudización de las amenazas a la vida de las personas, como son el aborto, la eutanasia, los secuestros, el tráfico de órganos, la trata de blancas, personas desaparecidas, la violencia, etc., te invito a no ser indiferente ante tal realidad. Proteger y defender la vida humana es tarea de todos.

Es cierto que la existencia humana no está libre de dificultades. La Iglesia conoce bien los sufrimientos y carencias de muchas personas a las que se esfuerza en ayudar en todo el mundo con el ejercicio de la caridad, que es el distintivo de los discípulos de Jesús (cfr. Jn 13, 35), del que dan testimonio tantas personas e instituciones eclesiales.

Son numerosos los voluntarios y las organizaciones de apoyo a la vida, promoción de la mujer y de solidaridad con los más necesitados de la sociedad, quienes nos animan a seguir adelante, extendiendo la civilización del amor y la cultura de la vida, y a abrazar sin condición a todos, especialmente a los que más sufren, como son los más pobres, los inmigrantes, los desempleados, los sin techo, los enfermos y todos aquellos, en definitiva, que se encuentran en las periferias sociales y existenciales.