“Él mira con amor el trabajo”, esta fue una expresión del papa san Juan Pablo II. La Iglesia Católica en todos los momentos de la historia humana ha estado presente, iluminando desde el Evangelio de Jesucristo, la Tradición y el Magisterio las realidades sociales que afectan la vida de las personas, como es el caso de la cuestión laboral.

La realidad mundial que estamos viviendo por la pandemia del COVID-19 ha trastocado estratosféricamente el mundo del trabajo y con ello la economía en todo el mundo, ya que el trabajo es la forma legítima, legal y moral de procurarse los bienes y servicios que satisfagan las necesidades humanas.

El daño que se ha causado es mayúsculo, y lo vemos reflejado en las siguientes cifras de de perdida en el empleo ocurrido del 13 de marzo al 6 de abril del año en curso: Quintana Roo perdió 63,847 empleos; la Ciudad de México 55,591; Nuevo León 23,465; Jalisco 21, 535; el Estado de México 16, 036 puestos laborales y Tamaulipas 12, 652, por poner algunos referentes de la afectación al mundo del trabajo. Estas entidades registran el 56% del total de las separaciones laborales. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que, entre abril y junio de este año, se perderán hasta 195 millones de puestos formales de trabajo en todo el mundo.

El trabajo humano permite transformar y embellecer la obra de la creación. También la puede adaptar a sus necesidades humanas para con ello logar su realización.  El hombre es capaz de pensar en el bien que conviene a todos, aquí se tata de que la riqueza que Dios dio en la creación se tiene que multiplicar y por eso, tenemos que emprender acciones que generen riqueza, que alcance para todos y que no se concentre en manos de unos cuantos, mientras que millones de personas en el mundo mueren de hambre y carecen de lo mínimo necesario para subsistir.

Por todo ello es necesario desagraviar a Dios Padre Creador, por el daño generado a la dignidad de los trabajadores, a sus familias y comunidades, convocar al diálogo constructivo entre empresarios, trabajadores, autoridades, instituciones de la sociedad civil, educativas e iglesias, para encontrar las soluciones que brinden prosperidad  a todos, a partir del trabajo digno, del salario justo, y el respeto a la dignidad de la persona humana.