La fragilidad humana, que se hace más visible en la ancianidad, nos demuestra que todos nos necesitamos y nos enriquecemos mutuamente. Los adultos mayores necesitan de los más jóvenes y los más jóvenes necesitan de los adultos mayores, quienes, como ha recordado el Papa Francisco, comunican a la familia “ese patrimonio de humanidad y de fe que es esencial para toda sociedad” (Homilía, 26 de julio 2013).
En nuestro tiempo los abuelos, en muchas de las familias, conviven con sus nietos durante varios años, y juegan un papel importante en la dinámica familiar y sobre todo en el cuidado y crianza de los nietos.
Los abuelos son educadores de sus nietos, les ayudan a socializar, les transmiten valores, historia y tradición familiar, juegan con ellos, son confidentes y en muchas ocasiones son mediadores entre padres e hijos.
Desde hace varios meses vivimos una situación de crisis que nos ha obligado a cambiar nuestra forma de vida restringiendo parte de nuestras libertades. Una de ellas, la de reunión, la de mantener un contacto físico próximo con las personas que queremos.
La pandemia por coronavirus, dio origen a una serie de medidas de distanciamiento social que afectaron de alguna manera la relación entre los abuelos y los nietos. En algunos casos, el miedo o el deseo de cuidar la salud de los abuelos, nos obligó a mantenernos alejados de ellos, en otros casos el confinamiento también ha ofrecido la oportunidad de que los abuelos ayuden en la educación a distancia (clases en línea) y el cuidado de los niños.
Cualquiera que sea el caso, la fe debe dar la certeza de que quien cree en Cristo, “no morirá jamás” (Jn 11, 25-26). Esta esperanza ha de fortalecernos para seguir dando cada día lo mejor de nosotros a los demás. Los adultos mayores tienen tanto que dar a las nuevas generaciones, con sus palabras, sus acciones, su ejemplo y su oración. Seamos agradecidos con los adultos mayores por lo que son y por todo lo que han aportado y siguen aportando a la familia y a la sociedad.
Conscientes de esto, procuremos construir una familia en la se que valore, respete, incluya, promueva y asista a los ancianos. Reconozcamos, agradezcamos y apoyemos aquellas loables iniciativas que les brindan cuidado y aquellas que les permiten seguir cultivándose física, afectiva, intelectual, espiritual y socialmente, y ser útiles a los demás, teniendo presente aquella sentencia de Cicerón: “La ancianidad es llevadera si se defiende a sí misma, si conserva su derecho…si hasta su último momento el anciano es respetado entre los suyos” (Catón o Sobre la vejez, X, 38).