Desde la perspectiva cristiana, la vocación de cada persona está en el Señor, quien elige e invita a colocarse detrás de Él, para seguirle, atender a sus enseñanzas, reconocerle y permanecer en él, a favor de otros hermanos que necesitan de su paz, de su reconciliación y de su amor.
El Señor llama de diversas formas. En el Evangelio es claro cómo Jesús llama a quien quiere, o por decirlo de otro modo, llama a cualquiera; a veces se acerca, a veces se hace encontradizo, pero Él es quien dice “Ven y sígueme”, y sé mi discípulo.
La iniciativa siempre es tomada por Jesús. La vocación de ser cristianos puede ser mirada como un don, pero también como una respuesta, y también como una preparación, una búsqueda y un encuentro personal con la persona de Jesús. Es definitivo que el Señor te busca, te encuentra, te llama, te elige y quiere que te quedes con Él; pero lo determinante es la respuesta, porque ser cristiano no solo es de título, sino de hecho, en vida y en verdad, ante el valor de entender y atender la exigencias del discipulado: amar a los enemigos, perdonar a quien nos hace mal, cargar la propia cruz, y mantener la alegría en el servicio, sobre todo a los pobres, enfermos y pecadores, y hacer todo, exactamente, y en la misma medida, como Él lo hizo.
Este llamado tiene un propósito: ser continuadores del anuncio del Reino de Dios e invitar a otros a la conversión, a la reconciliación y a la fraternidad de todos y emprender la misión. Pero… Jesús no es capaz de hacerlo solo… sí, si puede; pero Él quiere y necesita de nuestra colaboración y servicio, para construir y contribuir al proyecto de salvación y liberación de Dios.
La vocación cristiana exige disposición, entrega y coherencia de vida.