Hoy que la Iglesia quiere vivir una profunda renovación misionera, el testimonio de vida con los demás es una tarea cotidiana, a tiempo completo. Se trata de llevar el Evangelio a todos los ambientes de nuestros pueblos y a cada persona, tanto a los cercanos como a los desconocidos. La predicación informal se puede realizar en una conversación, en la vivencia personal en el trabajo, escuela, mercado, familia o en la visita a un hogar.

El laico es un discípulo de Cristo, son mujeres y hombres de fe que buscan transformar las diversas realidades del mundo con los criterios del Evangelio. Por ello, debe tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús, y eso debe ser espontáneo, en cualquier lugar.

El laico es el mensajero para el pueblo que peregrina hacia Dios, fiel colaborador en cada parroquia, con cada sacerdote y con cada estructura diocesana.

Es a través de él que el pueblo de Dios recibe la Buena Nueva de salvación, crea puentes y caminos de reconciliación en los distintos ámbitos de la vida cotidiana. Es fermento de Dios en medio de la humanidad.

El laico es el que anuncia y lleva la salvación de Dios en este mundo que a menudo se pierde, necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den nuevo vigor en el camino.

Es así que “El ámbito propio de su actividad evangelizadora es el mismo mundo vasto y complejo de la política, la realidad social y la economía, como también el de la cultura, las ciencias y las artes, de la vida internacional, de los ‘mass media’, y otras realidades abiertas a la evangelización, como son el amor, la familia, la educación de los niños y adolescentes, el trabajo profesional y el sufrimiento”. (DA 210)