Desde los tiempos más remotos, Nuestro Dios y Señor, Creador del Universo y Supremo conductor de la historia, ha querido integrarnos a su misma naturaleza divina. Hoy sabemos perfectamente que Dios no es soledad ni aislamiento, sino fecunda comunión. Se relaciona con su Hijo, y el Espíritu Santo. Ha estado integrado perfectamente al ser y quehacer de la divinidad.

De esta manera, creó el universo. Todo él, en relación, en grupos, en profunda dependencia y así el ser humano. Casi nunca hemos resaltado que el primer mandamiento o determinación divina fue: “no es bueno que el hombre esté solo”, Gen. 2, 18. Desde entonces, el caminar humano se desenvuelve en comunión, llámese a esta, familia, pueblo, reino, estirpe, genealogía, descendencia, tribu.

Al salir de Egipto, el nombre característico de Israel será: los hijos de Israel o pueblo de Dios, y su característica principal será la de estar bien organizados, primero por familias, Mišpahot,- segundo por tribus, Šebatim, – tercero por generaciones, Toledot. Por grupos de cincuenta, de cien o de mil. Finalmente por ciudades o comunidades.

Teniendo este trasfondo, hemos de recibir la experiencia de las elecciones estatales, en una forma positiva, abierta, incluso feliz y llena de esperanza, pues el sistema moderno democrático que trató de perfeccionarse con los griegos, permite primero, tomar conciencia de la propia dignidad, del valor de cada ser humano que es digno y tiene no sólo voz, sino también decisión y riqueza qué aportar. La propia dignidad sale al encuentro y en búsqueda de la dignidad de los demás.

De esta coordinación se suscita y aparece el bien de todos, en la medida en que una persona esté sana, saludable, ordenada y educada, su aporte a la comunidad será mucho más valioso y oportuno. En la medida que una persona sea egoísta, descuidada, mala o ignorante, el daño se multiplica en el momento de entrar en relación.

Las elecciones por tanto, a los cristianos nos llevan a una reflexión autocrítica profunda, nos obligan a una revisión honesta de nosotros mismos. No como sucede hoy en las campañas electorales, en las que aparece un énfasis muy marcado en los partidos, en las opiniones y propagandas, en los intereses y vicios y no en los recursos sagrados de la intimidad y de la conciencia. Unas elecciones para nosotros los creyentes, deben ser un himno a la fe, al amor y a la esperanza. Deben ser una oferta y una entrega, no competencia o revancha sino la gran oportunidad de dar vida, comunión, santidad y gracia, al fin y al cabo; una gran felicidad, no despojo o arrebato, sino espléndida luz que nace de lo mejor, de lo más sagrado, de uno mismo.

 

+Juan Manuel Mancilla Sánchez

Obispo de Texcoco