El Bautismo es uno de los dones que nos ha traído el Mesías.
El Bautismo es uno de los dones que nos ha traído el Mesías. El Profeta Is. 42,7 había asegurado que cuando llegara el Mesías, Él nos sacaría de las zonas más bajas y viles en que nos encontráramos. De hecho, el profeta, no contento con hablar de las cárceles, añadió el término mazmorras. Generalmente eran lugares estrechos, malolientes e insalubres, llenos de lodo y oscuridad: lo más deprimente y asfixiante de una cárcel. El Mesías, sería el único que nos sacaría definitivamente de esos lodos y realidades tan desagradables y denigrantes. Nos sacaría, nos bañaría y perfumándonos, nos cambiaría con una vestidura blanca. Pero ésta es solo una primera aproximación al universo bautismal. De esta manera podríamos introducirnos a la vida en una forma digna y agradable, hasta la fecha, esto lo disfrutan y lo entienden, sobre todo los papás cristianos, a quienes emociona que gracias al bautismo, en un mundo tan sucio y desagradable, sus hijos puedan introducirse limpiecitos y llenos de frescura, haciéndolos de esa manera, personas agradables. Es doloroso también, descubrir que hay papás que ya no quieren ofrecer el bautismo a sus hijos pensando que el bautismo es un condicionamiento sin ponerse a pensar que los condicionamientos más absurdos y perjudiciales son los que ellos imponen a sus hijos. Son condicionantes muchas veces sus genes que ofrecieron a sus hijos pues muchos de esos genes los arrastrarán a la diabetes, a la histeria, al cáncer y al final, a la propia muerte. Son condicionantes en ese sentido, los nombres ahora tan desagradables y tan irresponsables que no significan un destino bueno, limpio y digno para sus propios hijos; son condicionantes muchas veces los propios apellidos que imponen a sus hijos y por si estos fueran pocos, les imponen un mundo vacío, desordenado y sin sentido, y por qué no decirlo, hasta enfermizo pues terminan dándoles solo televisión, internet y un sin número de cosas que lejos de ayudar a su formación humana y cristiana, los afectan gravemente y el condicionamiento cada vez más doloroso de la ausencia de padre y madre, pues sin sus papás, los hijos ya nunca sabrán a qué atenerse.
Los bautizados en Cristo, por el contrario, lo primero que adquirimos es un don incomparable: Dios es Nuestro Padre. Desde ese momento, se nos marca la vida, el cuerpo, el alma, la intimidad, desde ese momento, no solo sabemos a qué atenernos sino a quién acudir, con quién hablar y eso nos consuela, nos protege, nos enriquece y nos da paz interior; hasta nobleza y alegría pues su ternura de Padre, su paciencia nos garantiza la verdad y la sabiduría, la fortaleza y la lealtad, el amor y la felicidad pues Dios nos ha tomado por su cuenta. Por eso la Iglesia celebra el Bautismo del Señor, pues si algo grande nos trajo Jesucristo fue el hecho de que seamos Hijos en el Hijo. “Tú eres mi Hijo amado” Mt 3, 17 “Estoy muy contento contigo” y desde entonces, se abrieron los cielos, por cierto, desde abajo hacia arriba, significando que también ahora nosotros abriremos los cielos cuando entendamos y vivamos el bautismo.
Los papás que no son cristianos en cambio solo podrán abrir la televisión o el internet para sus hijos y al final, la gaveta de su tumba.
Jesús, es el Hijo de Dios. En su persona, en sus cualidades siempre resplandecerá esta gravedad pues en Él se constatará siempre la inocencia, la pureza, su bondad de corazón, su gentileza, su dedicación, su poder creativo y toda clase de belleza humana pues en Él, su Hijo, Dios quiso revelar y depositar sus mejores pensamientos y proyectos, patrimonio todo este que pasa íntegro y cabal a todo bautizado, dándole una existencia que avizora plenitud y por si todavía esto no fuese suficiente, en el bautismo de Jesús y de todos sus discípulos, aparece una paloma que es el Espíritu Santo.
A partir de Cristo, la presencia de Dios será tan suave y delicada, tan dulce y tan amable como la de una paloma que inspira todo esto y nos garantiza el nuevo estilo de actuar de Dios y también el actuar de nosotros sus propios escogidos. Si entendiéramos y viviéramos nuestro bautismo, llevaríamos siempre con nosotros la voz de Dios, la dulzura del espíritu y la pureza de todo lo divino.
† Juan Manuel Mancilla Sánchez
Obispo de Texcoco