Misa de fin de año
Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo De Texcoco
31 de diciembre de 2017
Misa de fin de año
“Abraham, no temas”. Mis queridos hermanos, por qué no me permiten decirles como el Salmo 104: “Descendientes de Abraham”, claro que hoy tenemos el plus infinito de ser cristianos, pero si a los descendientes de Abraham se les regaló esta perla preciosa: ¡no tengas miedo!, creo que para nosotros sí se puede aplicar sin duda alguna. Quiero decirlo porque los caminos de la vida, al paso del tiempo, pues, así como nos dan, nos van quitando muchas cosas, muchas certezas, las fortalezas que a veces tenemos, y entonces perdemos la paz, es fácil, por desgracia mis queridos hermanos sobre todo en nuestro momento actual inquietarnos y perder la paz.
Yo me permito decirles a ustedes ¡no teman!, confianza, ánimo, lo mejor para un cristiano, lo mejor, está por venir, porque Dios es infinito, porque nos ha regalado a su Hijo para que caminemos hacia la eternidad, hacia Él, hacia la plenitud. Y enseguida se dice Abraham, al creyente, “yo soy tu protector”, como debemos en verdad suplicarle a Nuestro Señor que esto no se le olvide, que Él nos cuida, que Él nos acompaña, que Él nos defiende, que Él es nuestro guardián.
El salmista añadirá “y tú guardián no duerme, no reposa el guardián de Israel”, como una mamá que se siente feliz, instintivamente unida a cualquier movimiento de su hijo chiquito. ¡Yo te protejo! ¡Yo te voy a acompañar! ¡Camina siempre en mi presencia!, lo dice también el salmo en una forma bellísima: “pero nosotros sintámonos orgullosos del Señor”, al oír esas palabras de consuelo y de certeza enorgullezcámonos del Señor, no seamos cristianos tristes, seamos cristianos bien alegres, ¡a ver cómo le hacemos! y ayudémonos a que exista más alegría en celebrar, en adorar a Nuestro Divino Señor, sentirnos seguros, fuertes, sentirnos grandes por su misericordia, ¡enorgullézcanse del Señor y siéntanse felices! pues ustedes lo buscan.
Que no vayamos a perder en este año, que no se vaya a estropear ese gozo de buscar al Señor, de estar con Él, de escucharlo y también de que nos escuche. Recurran al Señor, a su poder, vengan a su presencia, y entonces queridos hermanos, como el salmista, clarito nos ha dicho “recurran al Señor”, yo me permito sugerirles, y lo hago junto con ustedes: “Señor, Señor mío ¿qué me vas a dar?” Hoy se vale hacer esa oración. Se nos enseña en el cristianismo a ser desprendidos, a pensar en Dios, a pensar en los demás; hoy la palabra, el espíritu nos ha abierto esta ventana y la vamos a aprovechar: “Señor, Señor mío ¿qué me vas a dar?”
Quedémonos así, necesitamos muchas cosas, si alguien se atreve a mencionar en concreto algo, que lo haga, “Señor, Señor ¿qué me vas a poder dar?, yo necesito tus signos, muestras, yo necesito en estos momentos, como pruebas de ese cariño infinito que tú me tienes”. Yo si me atrevería a sugerirles esta noche, apoyado en la palabra, porque todos dijimos “Esa es palabra de Dios”: bueno, Él nos está poniendo esta oportunidad: “Señor, ¿qué me vas a dar?”. Enseñemos a los niños a dialogar con Dios, a pedirle, a hablarle de nuestras necesidades, de nuestras grandes problemáticas:“Señor, ¿qué me vas a dar?”, ahí entra todo lo que nuestro corazón honestamente nos dicte, ahí viene todo lo que a conciencia nosotros necesitamos.
Yo siento que me faltan soportes, diría Abraham, porque yo ya soy viejo, pero tengo ilusiones, quiero que me des una familia, y empieza a abrirse también a los suyos, a su esposa, a su descendencia, y qué bueno que ahí entramos, fue por eso que nos pudimos meter de lleno a esta oración de Abraham: “Señor, ¿qué me vas a dar?”, repitámoslo “Señor, ¿qué me vas a dar? yo necesito, yo necesito tu gracia, yo necesito tu fortaleza, yo necesito más sabiduría, yo necesito más trabajo, yo necesito descanso, yo necesito paz”, la lista, hermanos, hágala cada quien con mucha confianza en Nuestro Señor.
En lo que se refiere al Santo Evangelio, mis queridos hermanos, de nuevo se nos invita a ir al templo del Señor, ya no está el templo de Jerusalén, pero está el mejor templo que se llama Jesucristo. Ahora en Jesucristo Dios nos mira, Dios nos recibe, Dios nos fortalece, Dios nos escucha, Dios nos bendice, Dios nos acompaña, Dios nos salva.
Y claro hermanos, ellos, san José y la Santísima Virgen llegaron con un niño, muchas veces podríamos pensar como ha habido gente que dice que el nacimiento de Cristo puede ser un poco cursi, Belén, los pastores; no, queridos hermanos, hoy también la Palabra nos dice que en las familias existen y se tienen que enfrentar situaciones muy duras, este niño ha sido puesto como signo de contradicción, y hará caer y levantará a muchos; sin duda se refiere a su inocencia, a su pureza, a que Él fue inofensivo, a que Él no perjudico, y este niño, dice también el anciano, hará que los pensamientos y los corazones aparezcan con transparencia en su verdad absoluta.
No hay, ustedes los saben, quienes nos juzguen y nos ubiquen mejor que los niños, con una lágrima, con una mirada, con un reclamo, con una sonrisa, los niños descubren qué somos, que traemos, soberbia, rapidez, dureza de corazón, con un niño quedan descubiertos nuestros corazones. Le vamos a pedir al Señor que este niño sea el que eduque, sea el que nos marque claramente ese camino de conducta que debemos llevar en la vida.
“Y una espada te atravesará el alma”, le dice el anciano a la Santísima Virgen, para que todos estemos dispuestos a dar el pecho, el corazón, en favor de nuestros seres queridos. La Santísima Virgen recogió la espada de David; el profeta Natán le había dicho “nunca se apartará la espada de tu casa”, Jesús es de la casa de David, y a Él lo alcanzó el sufrimiento, el drama, el dolor. Estos días queridos hermanos, en su candidez, en su armonía también nos ofrecen visión, fortaleza, preparación, para que en el momento en que se necesite dar la vida, nosotros lo hagamos como la Santísima Virgen, lo hagamos como el mismo Cristo, que dejó que le traspasaran el corazón con tal de demostrarnos su amor infinito.
Mis queridos hermanos demos gracias a Dios porque participamos de esa única vocación salvífica, la vocación de Abraham mediante la fe, la vocación de Jesús mediante el amor, la donación, la pequeñez, la sencillez. Así sea.