“El último, el servidor de todos”.
Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
23 de septiembre de 2018
“El último, el servidor de todos”.
Mis queridos hermanos, ojalá toda la Iglesia empezando por el que habla, por su servidor, quedemos de nuevo tocados, impresionados de la importancia que da Jesús, de la grandeza de la enseñanza”. Nuestro Señor es el Maestro universal, es el Maestro Divino, es el que ha traído la luz más penetrante, más auténtica para la vida, para el corazón.
Y hoy lo vemos, que Él quería dedicarse, y lo hacía con tanto empeño, a la enseñanza de sus discípulos. Quiero resaltar este hecho, esta actividad, esta actitud de Jesús porque se nos ha ido el gozo de enseñar, está muy debilitada la alegría de la enseñanza; como que quisiéramos retirarnos, como que consideramos que es bien difícil, que es un problema meterse a conflictos hacer el universo de la enseñanza.
Ojalá cada día Dios Nuestro Señor nos conceda papás que quieran enseñar a sus hijos de nuevo, poco a poco, metodológicamente, suavemente. Ojalá Dios nos regale aquí en nuestra Patria, en nuestra Diócesis maestros, maestros buenos, los tenemos gracias a Dios, pero que no se acaben y que crezca el número de maestros cualificados, maestros pacientes, maestros del alma, maestros de las virtudes, maestros de la santidad, como se ve en Jesucristo Nuestro Divino Señor.
Y bueno, rápido entremos hermanos, al contenido de esa enseñanza primordial de Cristo; ¿a qué le daba Él tantísima importancia?, a la entrega. Nuestro mundo es arrebatado, competitivo, y Nuestro Señor en cambio nos enseña el sacrificio, la donación, la entrega. Lo vemos nosotros mis queridos hermanos en todo ese sistema de ser los primeros, de ser los más importantes, de ser las personas protagónicas; y bueno Nuestro Señor dice “último”, “servidor”.
En el mundo cristiano esto lo han entendido mucho los padres de familia, las abuelitas, los abuelitos, yo lo diría hasta el cansancio, porque es un gozo ver personas que como Jesús que decía “miren mis llagas, miren las cicatrices de mis pies, miren las cicatrices de mis manos o de mi costado”, como nosotros tenemos infinidad de personas que muestran sus canas, sus arrugas, su caminar en una forma pues tan pesada, tan difícil porque se han sacrificado, porque han dado la vida.
De hecho, nosotros mis queridos hermanos pertenecemos a un mundo idolatra en donde pues, siempre hay que ofrecer algo fuera de nosotros a los dioses, a los ídolos, incluso al Dios verdadero, cuántas veces Israel le ofreció un becerro, un cordero, un toro, un ganado, palomas. Aquí en nuestro medio, personas, el corazón de los demás, de las doncellas entre los pueblos mayas que eran arrojadas a los cenotes para hacerlos lugares sagrados; y llega Cristo y dice “nunca más, agradar a Dios a costa de los demás”, nunca tomar ni siquiera un animalito, sacrificarlo para quedar bien con Dios, mucho menos una persona. A las personas todo lo contrario, entregarles nuestro amor, nuestro respeto, nuestro servicio, nuestra veneración, y nosotros mismos convertirnos en una ofrenda, en una entrega, en una donación.
Creo que nosotros en el mismo santo Evangelio vemos la imagen del niño, y recordemos que también así nosotros vivimos de pequeñitos, entregados; el niño es entrega total, lo que le des de comer, lo que le des de vestir, lo que tú le des de tiempo, lo que tú le des de espacios, él humildemente, entregadamente se da, se deja llevar, depende; y bueno Nuestro Señor dice, así deberían ustedes vivir su relación con Dios, abandonándose en su amor, en su providencia, en lo que Él muestra cómo su santa voluntad, entregarnos también a nuestros prójimos, hoy, pues sí nos resulta bien difícil, pero bueno queridos hermanos, recordemos estas palabras de Jesús “Yo mismo, el Hijo del hombre les enseño. No hay más felicidad que entregarse. No hay acierto más grande que hacerse oblación, regalo. Pongámonos a disposición, lo dice, al “servicio de los demás”. El primero, último, el mejor, el servidor de todos.
Queridas jovencitas y queridos jovencitos, qué bueno que ustedes vienen a ponerse a los pies de Cristo para recoger esta sabiduría de la entrega, del espíritu de sacrificio que, por muchos caminos, a mí me consta, ustedes ya lo han ido entendiendo ¿cuántas obras buenas, cuántos servicios, cuántas ilusiones para que los demás conozcan a Dios y sean felices? Hagamos siempre esto. Así sea.