Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
17 de junio de 2018.
“A los que estaban a su alrededor”.
Queridos hermanos, el día de hoy en el texto del santo Evangelio aparece esta expresión del cariño, de la delicadeza de Nuestro Señor para con los que iban a escuchar su Palabra, les dirigía mensajes que ellos pudieran entender, les hablaba con imágenes, comparaciones, estilo narrativo, cosas muy sencillas; lo vemos hoy en la terminología, se trata de una semilla, una semillita y que va creciendo porque se sembró bien, y luego todo lo que ella por si misma puede dar, hasta llegar a producir mucho fruto gracias a sus tallos, espigas y granos que puede producir.
Bueno, volvamos a lo primero, cuando vengamos a la iglesia sentémonos y sintámonos alrededor de Cristo, es de los aspectos suaves, delicados, muy profundos que nosotros podemos disfrutar; puede ser que una celebración sea solemne, aunque sea solemne, y aunque sea digamos, del gran Pueblo de Dios, de la gran asamblea, pero, en nuestros corazones sintámonos cerquita de Cristo, rodeándolo; de esa manera pasaron cosas muy bellas: curó a muchos enfermos, los defendió cuando dijeron «oye allá hay alguien más importante, mira esta tu madre y tus hermanos, te están esperando, ya termina de hablar, levántate y ve a atenderlos». Y el Señor no se inmuto, el Señor con mucha claridad, y también con mucha delicadeza dijo “Estos son mis hermanos, estas son mi madre, estas son mis hermanas”.
Bueno, eso queridos hermanos porque considero que no debemos perder esos detalles tan grandes, tan bellos de la Palabra y del ministerio de Nuestro Señor Jesucristo, y de esa sencillez, de esa intimidad, y de esa preocupación o poner cuidado a lo que Cristo dice, pues surge una luz, surge una sabiduría inmensa. Hoy sabemos que el mundo desaforadamente busca lo grande, lo grande, todo debe ser en grande, todo debe ser imponente, todo debe ser avasallador; y que bueno que a nosotros Nuestro Señor nos da un camino tan sabio y tan al alcance “ser pequeñitos”; no desesperarnos cuando en nuestro trabajo no se ve nada, cuando durante jornadas y días pues no se ven muchos resultados pero tú permaneces fiel, tú permaneces dedicado, trabajador, con mucha fe en el poder de Dios, en los caminos de Dios, en las sorpresas de Dios. Y, vean las sorpresas de las más agradables que hay en la tierra es, son las que nos da una flor, toda flor es una gran sorpresa, toda mazorca, todos los frutos y las frutas son una gran sorpresa ¿cómo de aquella semillita? ¿cómo de aquel palo que no tiene ni color ni sabor apareció este mango tan delicioso?, o apareció, digamos esta verdura, esta fruta tan especial. En México tenemos frutas especialísimas, y si tú examinas el recorrido del árbol, nunca encontrarás ni la mínima parte de lo delicioso que hay en el mamey, o en la guayabita, o en cualquiera de los frutos, en la manzanita, en el plátano.
Es el poder de Dios mis queridos hermanos, y yo rápido quiero decirlo, «eso pasa contigo hoy», a veces uno mismo, yo mismo no doy ni un cacahuate, ni un cinco por mí mismo, por mi vida, por lo que hago, por lo que digo, y, cuando menos te acuerdes, Dios te resucitará, te llenará de luz, de esplendor, de hermosura, de gloria inimaginable, porque aceptaste ser una semillita, porque aceptaste la pequeñez, porque aceptaste lo difícil, los retos, los sacrificios, los esfuerzos; y entonces consigues una ganancia inmensa.
Demos gracias a Nuestro Señor porque hoy nos vuelve a repertir «cuídense, no se desesperen, no se avoracen, no quieran los primeros lugares, no quieran a la primera ser triunfadores», la victoria va a llegar y nos la da Nuestro Señor. Así sea.