Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo De Texcoco
12 noviembre de 2017
“Estén preparados”. Queridos hermanos, el día de hoy toda la Iglesia escucha como primera palabra en la proclamación solemne el término “sofía”, la sabiduría. La sabiduría es inmortal, radiante, tiene mucha chispa, y qué importante para la Iglesia tomar en serio esta palabra, esta actitud, esta oferta de Dios para todos nosotros; ser sabios, como somos necios, como somos ignorantes, y eso desarrolla toda una cultura de sufrimiento, de dolor, de pecado. Cuántas veces todos hemos dicho ¡si hubiera sabido!, ¡si me hubieran dicho!, ¡si yo hubiera!. Hoy a todos nosotros se nos recuerda y con una gran fuerza que, tenemos acceso, es nuestra la sabiduría.
Me puedo decir junto con ustedes, y no solo la verdad, que ya es algo muy grande, en el mundo necesarísimo; la mentira es cobardía, la mentira también ha traído desencanto, rupturas, muerte. No solo la verdad sino, “sabiduría”; sabiduría perfecta, sabiduría inmortal, es la que, la Iglesia por la misericordia de Dios siempre ha ofrecido a sus hijos. A los discípulos de Cristo se les dio poco a poco esa sabiduría a través de la convivencia, de la escucha, a través de la experiencia del encuentro con Cristo.
Y entonces, mis queridos hermanos, llegamos a algo muy bello. Yo les confieso que esta semana tuve dificultad, o sea, bien difícil para mí ver como compaginar la primera lectura ¡radiante, preciosa es la sabiduría!, y luego: una boda, un matrimonio, un novio; pero que gozo me dio cuando descubrí que para llegar a la sabiduría, necesitamos la base del conocimiento, y preciosamente aparece en las primeras páginas de la Sagrada Escritura; y la experiencia número uno de conocimiento, la puerta del conocimiento fue el encuentro de Adán con Eva. Adán conoció a su mujer, y de ahí, tuvimos que entender, hemos de entender que el conocimiento supremo, es aquel que nos lleva al otro, que nos lleva al amor. Aquí está, en estas primeras páginas, en el conocimiento del varón y de la mujer, ellos al conocerse, descubrieron los caminos de la vida, abrieron los caminos de la vida, los caminos del amor, los caminos de la felicidad.
Y por eso digamos, no es cierto que los sabios están solos, no es cierto que los sabios deben ser inasequibles, personas inabordables, no es cierto que los sabios deban estar encerrados en x, y o z lugar, en un monasterio, en un eremitorio, en un laboratorio, no es cierto que los sabios deben estar encima de los demás, eso no es sabiduría, la sabiduría verdadera comienza con el encuentro gozoso de las personas.
Y quiero dar el ejemplo máximo de sabiduría: “Cristo”. Cristo Nuestro Señor es el sabio más fascinante que tiene la historia humana. Jesucristo en todo lo que decía, comentaron ¡nadie ha hablado así!. ¡Maestro, tú eres veraz! ¡Tú no engañas!, ¡Tú dices la verdad! “Todo lo hace bien” comentaban las personas. Cuando lo querían echar a la cárcel, no lo pudieron tocar porque no hubo cosa mala, no hubo maldad en Él.
Y entonces, mis queridos hermanos, surge para la Iglesia toda una vocación, todo un estilo. Nosotros hemos nacido del conocimiento amoroso de Dios. Nosotros venimos del sistema de la verdad, todos nosotros pertenecemos al universo de la sabiduría, y Cristo a nosotros sus discípulos, sus cristianos, no nos quiere -dice así el texto griego- descuidados, no nos quiere necios, no nos quiere adormilados, desprevenidos, porque hemos sido invitados a una fiesta hermosísima, única.
En Palestina, hoy sabemos, en Israel, ciertamente la fiesta más grande era la de las bodas, y los personajes más admirados, los esposos, y fíjense, cómo todavía hoy –nosotros- nunca le hemos echado un piropo a los novios, a los esposos, como los que hoy la palabra ofrece. Nosotros siempre les decimos: qué bonitos, qué alegres, qué bien vestidos, qué buen gusto tienen, pero nunca les hemos dicho ¡qué sabios!, ¡qué sabio fuiste al escoger a tu esposa!, ¡qué sabia, qué inteligente fuiste al escoger a tu marido! al abrirte a la vida, abrirte al amor, abrirte a los hijos, abrirte a la familia, abrirte al poder infinito de Dios.
Pues, mis queridos hermanos, acerquémonos a Cristo para que no se diga de nosotros que somos inconscientes, que somos perezosos, que somos descuidados, que somos personas despreciables, que en un momento se cierra la puerta. Una persona descuidada, una persona que no pone lo mejor, se cierra muchas puertas, se le acaban muchas oportunidades; en cambio, la sabiduría es radiante, se valora, se disfruta, se aprecia; la sabiduría produce comunión y una gran felicidad. En Cristo, nosotros hemos apostado, y esta tarde a Él, sabiduría infinita, le suplicamos habite siempre en nuestros corazones. Así sea.