“Yo soy el pan de la vida dice el Señor.

Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

12 de agosto de 2018.

“Yo soy el pan de la vida, dice el Señor”.

Mis queridos hermanos, el esquema del pan, la oferta del pan no nos debe extrañar y menos en Jesucristo, porque Dios, paralelamente a la vida, siempre nos ha ofrecido la manera de alimentarla, la manera de potenciarla; y lo vemos desde el paraíso, en las primeras cosas que pensó Dios en el paraíso, pudiendo haber tantos distractores, Él se preocupó de que el hombre comiera; podían estará gusto, podían tener mucha energía, podían moverse agradablemente pero necesitaban comer; y en los primeros textos les propone, les ayuda a que descubran toda la potencialidad de las verduras, de las hierbas, de los árboles, de las legumbres; en otro momento también, ya les dirá, que pueden comer de todos los animales porque están al servicio del hombre.

Vienen después otras etapas difíciles, sabemos por ejemplo de Ismael que fue expulsado de la casa por los conflictos que había entre Agar y Sara, y entonces, el niño, el jovencito en el desierto se muere de hambre, pero Dios tiene compasión de él y lo alimenta comenzando por mostrarle un pozo donde hay agua y después habrá comida, se convertirá gracias a ese alimento providencial en el padre pues, de lo que hoy conocemos nosotros como los pueblos árabes, los pueblos semíticos occidentales.

Posteriormente tenemos el caso de los israelitas al salir de Egipto, ellos allá tenían un buen sistema de alimentación, comían sabroso pero no eran libres, les faltaba otro alimento, el alimento intelectual, les faltaba el alimento socio comunitario, no podían reunirse, no podían celebrar, no podían estar a gusto porque los egipcios constantemente estaban sobre ellos, les faltaba el pan de la libertad, el pan de la comunión, el pan de la alabanza, el pan de la oración, y por eso Dios los saca de Egipto, y allá cuando padecen hambre les ofrece el maná, que veíamos el domingo pasado. ¿Qué es esto? del rocío quedan unas costras deliciosas que se pueden comer y que alimentan al pueblo providencialmente, provisionalmente en el desierto del Sinaí.

Hoy vemos como un profeta, Elías, un hombre fuerte, un hombre bien hecho, un hombre que ha cumplido su misión en una forma esplendida, Elías era extraordinario, potentísimo, llegó hasta a ser terrible, temido, pero llega un momento en que como todo ser humano se derrumba, y como todo ser humano se desploma y le entra el miedo, y le entra el desaliento, y le entra la crisis interior que todos hemos pasado, y se quiere morir. Otra vez, providencialmente Nuestro Señor lo alimenta, pan -digamos misterioso- sí, bien preparado en las brasas y tan extraordinario que con unos bocadillos de pan puede vivir, subsistir, por ejemplo cuarenta días, y caminando, casi corriendo hacia el monte de Dios.

Queridos hermanos, pero llega Jesucristo Nuestro Señor, y entonces Él recoge esa obra, ese gusto de Dios de alimentarnos, y Jesucristo en persona se propondrá como el pan, el sustento, la fortaleza de nuestras vidas. Hay un texto, que nosotros hemos recogido en el altar de esta Santa Iglesia Catedral, en donde aparece un mandato, una voluntad expresa de Dios a Moisés que consiste en decirle «cuando construyas mi templo, cuando edifiques el santuario, me pones una mesa y ahí me colocas el pan de la proposición», estoy citando todos los textos que he visto, que traducen de esa manera, legem panim, “pan de la proposición”.

Hoy a la luz de Cristo, ya no debemos traducir “pan de la proposición”, porque panim significa rostro, cara; «me vas a colocar en mi santuario “pan con rostro”». Nunca los israelitas entendieron que significaba legem panim, “pan de la proposición, pan ofrecido, pan santificado”, pero la voluntad expresa de Dios era legem pan, de ahí viene vei legem, la casa del pan, legem panim, “pan con rostro”; 1250 años y nadie se imaginó que “el pan con rostro” sería Jesucristo Nuestro Señor, el rostro nos alimenta, las personas nos alimentan, no hay pan, no hay fortaleza más grande en la vida de todos, como las personas.

Tú vez una persona, te animas, te sientes bien, incluso hoy en nuestro mundo tan herido, tan desorganizado, muchas personas dicen «vete donde haya gente, camina; los traileros: come donde haya gente, ese restorancito es bueno, es seguro». Un lugar solitario, sin gente, es un lugar peligroso, no hay gente hay peligro, habiendo personas y más amigos, vecinos, familiares la vida es completamente distinta. Ha habido personas que por la avaricia se engolosinan con su trabajo, su dinero, descuidan a la familia, y cuando ya tienen la suficiente cantidad como para disfrutarlo pues, ya la esposa no está, ya los hijos se fueron y el dinero no tiene sentido; el dinero, los bienes, todo recurso, si no se canaliza, si no se piensa, si no se busca en favor, para, con las personas, carece de sentido.

Por eso hermanos, la persona más hermosa, la persona más bella, la persona más entusiasmante, la persona que más nos puede enriquecer bajo cualquier aspecto, es Jesucristo. Cuando Él decía “Yo soy el pan de la vida” nos estaba realmente haciendo el descubrimiento y la propuesta más extraordinaria de la historia; no hay como caminar con Cristo, no hay certeza, no hay no hay gozo, no hay sabiduría, no hay destino más seguro que estar con Cristo, el de vivir con Cristo, el de entender, el de retroalimentarse o alimentarse directamente de Jesucristo. Jesucristo inspira, Jesucristo defiende, Jesucristo levanta, Jesucristo cura, Jesucristo alegra y Jesucristo te ofrece hermanos, Jesucristo te ofrece almas buenas, almas que luchan, hermanos que se sientan a la mesa y enriquecen tu comida, enriquecen tus fortalezas y tu destino.

Durante estos domingos mis queridos hermanos, todos nosotros en la iglesia católica de todo el mundo vamos a estar valorando, disfrutando lo que es Jesucristo, Pan de vida, “El que coma de este pan, vivirá para siempre”; Elías con ese pan de Dios 40 días, los israelitas con el maná 40 años, el pueblo, la iglesia católica, con el pan de Jesús, hasta la eternidad, hasta el infinito, sin interrupciones, sin ansiedades, sin esas frustraciones que trae el hambre, sin esos aislamientos que nos trae la pobreza de no tener a Dios.

Ustedes y yo hermanos, cada día, agradezcamos, valoremos, acerquémonos a la mesa donde está el pan con un rostro agradable a Dios, y con un rostro que también a nosotros nos ayuda hacer hermosa la vida. Así sea.