Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco
11 de marzo de 2018
“Tanto amó Dios al mundo, que le regaló a su Hijo único”.
Mis queridos hermanos, el día de hoy toda la Iglesia escucha una experiencia que sucedió, tal vez unos quinientos años antes de Cristo, y se trata de que el pueblo perdió a Dios, se descuidó, lo desobedeció, lo abandonó, y entonces le sobrevino o le sobrevinieron: incendios, destrucción, quemazones, espadazos, cautiverio y pérdida de su tierra, trabajos forzados, sin sábado, sin descanso, se sentían como en la tinieblas, devastados; mucha violencia, mucha sangre y muerte. Ese es el resultado, queridos hermanos del desprecio de Dios.
En los últimos tiempos me gusta mucho reflexionar esas palabras, ese renglón, es un rengloncito que aparece en el Evangelio cuando nace Jesús: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz”; según valoremos, tratemos a Dios será nuestra situación en la tierra. ¡Gloria a Dios en el cielo!, una paz infinita en la tierra. Valoramos, nos unimos, vibramos con Dios y la tierra, la tierra como cuando llega Jesús, cuando llega el Mesías, se llenó de paz, de luz, se levantó, vino la bondad; muchas cosas buenas, obras buenas.
Por ejemplo, ahorita yo hago el paréntesis para hablar de las Religiosas Misioneras de Jesús Resucitado. A mí me ha tocado ver cuántas obras buenas han hecho en Chimalhuacán y en los alrededores, visitando familias, colonias, jovencitas en riesgo de aborto, hospitales; por ejemplo, ellas han tomado muy a pecho el visitar a los enfermos en el “90 camas”, así se llamaba antes y parece que ya le están cambiando el nombre para que ya no haya solo noventa camas, necesitamos muchas camas porque tenemos muchos enfermos; y las religiosas están ahí, y prestan muchos servicios, de muchas clases de servicios, hasta trasladar o mover y dar de comer a las familias de los enfermos, apoyar en todo lo que en ese hospital se necesita, junto con los sacerdotes y con muchos laicos comprometidos.
Cuando llega Cristo, donde está Cristo y solo con Cristo y en Cristo, nos dice hoy el santo Evangelio, pues llega la vida eterna, llega la gloria, llega la presencia de Dios, llega la misericordia, la luz de la vida en pocas palabras. Hoy el Evangelio hasta nos da la catequesis de la vida eterna, con Cristo se cualifica tanto la vida, que hasta tenemos que llamarla “eterna”; nunca se desprenda de nuestro corazón este anhelo de “vida eterna”.
Lo de Dios permanece sólido, subsiste, a traviesa por mil y mil adversidades y se convierte en eternidad; el amor de Dios es eterno, la bondad de Dios es infinita, los dones de Dios son indestructibles, Él nunca se retracta, nunca los quita, y luego la verdad de Dios es una verdad infinita y se llama “sabiduría eterna”.
Queridos hermanos, la Iglesia católica necesita recoger con mucho amor la vida, la persona, las obras de Jesús desde los más pequeñísimos detalles, hasta sus enseñanzas tan sublimes, tan grandes como esta “Tanto amó Dios al mundo, que le regaló a su Hijo”, prefirió como quien dice, perder momentáneamente a su Hijo para salvar, para rescatar, para que no haya condenación, para que no haya prisión, angustias, cárceles, hambre, desastres.
Queridos hermanos renovemos nuestra fe, yo quiero hoy renovar mi fe de Pastor y mi servicio de amor a mi pueblo, apoyando a estas queridas hermanas religiosas, las Misioneras de Jesús Resucitado para que sean como la levadura, sean un fermento precioso en medio de nuestra diócesis, que se vea que seguimos amando, seguimos resguardando, seguimos luchando en favor de la vida, que no se cometan atrocidades contra los inocentes; que el cuerpo, el cuerpo más bello es el de la mujer, que el cuerpo más bello que es el de la mujer, no se convierta en un sepulcro, en un lugar de crímenes, en un lugar en donde se desprecia no solo a Dios, sino sobre todo al ser humano. Ese es el trabajo de estas queridas religiosas: que el ser, la vocación, el cuerpo, la esencia de la mujer siga resplandeciendo con su apertura a la vida, con su apertura al amor, a la felicidad. Así sea.