Presentación del Señor

“A ti niño, te llamaran profeta del Altísimo”.

Queridos hermanos, es un día tan hermoso en la Iglesia, que ustedes mismos lo están haciendo, llevan en sus brazos al niño Jesús, y lo llevan identificados, y lo llevan muy tranquilos, cuánta paz recibimos al tocar un niño, al acercarnos a una criaturita, y eso nos invita, y nos recuerda lo que decía Cristo “Háganse como niños para que entren al reino de los cielos”.

Hoy, en toda la Iglesia queremos hacernos niños, identificarnos con la pequeñez, con la humildad, la sencillez, la dependencia, la relación; un niño recibe la comida, recibe el vestido, recibe el cariño, la seguridad, cómo necesitamos renovar en el pueblo de Dios todas estas actitudes, estas experiencias; el Divino Niño, el Niño Jesús, el Niño Dios nos invita a no perder la pequeñez, la sencillez ante Dios, porque el mundo se hace cada vez más soberbio, prepotente, duro, estricto, y pierde el candor de una criaturita pequeña.

Quiero resaltar porque me ha tocado verlo, el gozo, el cuidado con que las familias, los niños opinan, los jóvenes, he visto también jóvenes preocupados porque ya tienen que vestir a su Niño Dios, y cómo, ustedes lo ven, todos han buscado el mejor vestidito para su Niño Dios; y los vestiditos han quedado preciosos, a satisfacción, llenos de luz. Quiero decirlo porque hoy, con la cultura americana, se nos vino el halloween, entonces empezamos a vestir a los niños de brujas, de diablos, de monstruos, y eso es siniestro, eso es ventajoso, eso es abusivo, eso es de mal gusto ¡mal gusto! Yo como pastor de la Iglesia, de ustedes mis queridos hermanos, me permito decirles, que el Divino Niño, el Niño Dios, nos inspire el camino, el toque precioso de belleza con que nosotros acompañemos, toquemos, enseñemos a los niños.

Hemos insistido en nuestra diócesis, a los niños los vamos a vestir aunque sea pobrecitos, pero bien, con buen gusto, y a ellos les gusta también representar, qué bonito que se les vista, por ejemplo de nuestros antepasados; nuestros antepasados vestían en una forma preciosa, los indígenas, los trajes típicos de México son de colores, de luz, de hermosura, y eso refleja el alma, el anhelo de ser transparentes, de buscar la belleza, de manifestar y construir la belleza personal y social, y vestirlos de santos, de príncipes, de reyes, de santos; imagínense un niño vestido como el rey David, imagínense una niña vestidita como la Santísima Virgen, como tantas santas que fueron elegantísimas porque su alma, su alma, su cuerpo ha sido creado por Dios para la felicidad, para la belleza.

Yo me permito decirles esto a ustedes hermanos, porque los veo identificados, felices con sus niños dioses desde todos aspectos, así es como debemos tratar, enseñar a los niños para que se introduzcan en el bien, en la comunión, en la belleza, y no irlos formando a la tragedia, a lo oscuro, a lo siniestro, o a lo abusivo, porque uno que se viste por decir de diablo, pues es porque se le va a ir encima al otro, porque le va a asustar si se viste de monstruo, porque lo quiere ver corriendo, lo quiere ver triste, ¡no!, estos niños convocan, invitan, llaman. Eso queridos hermanos estoy seguro que a ustedes se les queda en su corazón, en sus familias, en medio de sus sobrinos, nietos y sobre todo de sus hijos.

Un aspecto que también que quiero meditar junto con ustedes el día de hoy, con qué alegría san José y la Santísima Virgen llegaron al templo, yo les decía al principio: hoy son ustedes san José y la Santísima Virgen, los que construyen, defienden la familia, le cuidan a Dios a sus criaturitas; y fíjense san José y la Santísima Virgen lograron establecer un hogar pues en una parte indigna, no apropiada, era en las orillas de un pueblito, en un corral, en un chiquero, en un pesebre; cuando hay amor, cuando hay unidad en las familias cualquier sitio es acogedor, cualquier rinconcito puede ser agradable.

Hoy puede ser que se busque tener casas, mansiones, pero, se fue el amor, se fue el candor, se fue la armonía; pedimos hoy, yo voy a pedir a Dios con todo mi ser que en mi diócesis, todas las familias, aunque vivan en modestia, conserven el calor, la paz, una inmensa armonía en sus hogares, es la súplica que hoy todos durante el día, estaremos haciendo por nuestros queridos hermanos devotos del Divino Niño, y pues sobre todo por los que no han sido devotos.

Otra cosa ya, san José y la Santísima Virgen fueron a escuchar a Dios, querían saber la voluntad de Dios en favor de ese niño, querían llenarse como de claridad ¿cómo tratar, cómo educar a ese niño?, Y ¡oh sorpresa! Dios calladito, y el pueblo, los ancianos, los miembros de la comunidad fueron los que bendijeron, organizaron, marcaron el destino de ese niño; que quiero decir con esto: papás, abuelitas, abuelitos, ustedes necesitan hablar en nombre de Dios, en favor de estos niños, de sus niños, que sus niños van a ser buenos, que sus niños van a ser luz, que sus niños van a salvar, que sus niños van a rescatar a las familias de la crueldad, de la pobreza, de la ignorancia, del desorden; pero tienen que decirlo ustedes como Simeón, como Ana, que en nombre de Dios, por sus sufrimientos, por sus sacrificios, por su estudio modesto fueron capaces de motivar el destino y la vida de ese niño que presentaron al templo.

Pues bendigamos a Dios porque es una experiencia preciosa, ustedes lo están demostrando con ese entusiasmo tan bonito que en toda la ciudad se refleja y que nosotros vamos a agrandar; hoy ustedes son misioneros, hoy ustedes son unos cristianos que con su caminar modesto por las calles, por acomodar en su casa, en su cuarto al Divino Niño, se convierten en testigos, en parte principal de la obra de Dios santificadora en medio de nosotros. Bendiciones para todos. Así sea.