Misa Crismal – Martes Santo –

Texcoco, Méx. 26 de marzo 2013. Antes de iniciar la Celebración Eucarística de consagración del Santo Crisma y bendición de los óleos sagrados, el Martes Santo, los presbíteros de la Diócesis de Texcoco, en comunión de con su Obispo Juan Manuel Mancilla Sánchez, se reunieron por poco más de una hora para meditar la Lectio Divina del Evangelio del día (Jn 13,21-33.36-38), que fue conducida por el Pbro. Alfonso Tapia Duarte, y para escuchar el mensaje de Mons. Juan Manuel, en el cual llamó a sus sacerdotes a enseñar, celebrar y servir en sus comunidades, señaló que “es urgente tomar el deber y gozo de la enseñanza, actualizar hoy el magisterio de Jesús”.

Mons. Juan Manuel, junto con el Pbro. José Ramírez, Vicecanciller de la Diócesis de Texcoco, y el Pbro. Erasto Pacheco, Vicario Episcopal de Pastoral, entregaron nombramientos a los miembros del Consejo Diocesano de Pastoral y responsables de algunas Comisiones Diocesanas y Dimensiones de Pastoral.

La Misa Crismal comenzó con una larga procesión de entrada de sacerdotes, signo de la unidad del presbiterio con su obispo, por lo que se procura, de acuerdo con el Ceremonial de los Obispos en el No. 274, que estén presentes los presbíteros concelebrantes de todas las comunidades de la diócesis.

Durante la homilía, estas fueron las palabras integras del Obispo diocesano:

Queridos hermanos: El día de hoy nuestra Iglesia diocesana recoge las palabras primeras de Nuestro Señor al inicio de su ministerio, y precisamente en donde Él se había criado, en Nazaret. Ya sabemos que Nazaret para la Iglesia es una entidad geográfica sobre todo espiritual muy importante. Ahí apareció por primera vez en los tiempos nuevos, solemnemente el Espíritu, “el Espíritu del Señor descenderá sobre ti”, ahí recibió a Jesús, ahí recibió a María, en esa escala humana, el Espíritu de Dios.

Ese Espíritu que dio vida al cuerpo, a la sangre, al alma humana de Jesús, en el seno virginal, purísimo y hermosísimo, de la Santísima Virgen, ahora lo vemos actuando en Jesús para construir la Iglesia. Admirable constructor de los tiempos nuevos es el Espíritu.

Cuánta paz, ha de haber sentido Jesús, cuánta seguridad, cuánta claridad, al sentir, comprobar, la presencia del Espíritu en su corazón, en sus labios, en todo lo que será su ministerio. Yo junto con ustedes mis queridos hermanos, yo he invocado al Espíritu Santo, sí para esta ceremonia, pero sobre todo para la existencia y servicio de esta comunidad diocesana. Que el Espíritu impregne todo nuestro ser diocesano, cuando en el mundo el Espíritu se está apagando, cuando en el mundo se está destruyendo la acción fresca, novedosa, limpia y generosísima del Espíritu Santo.

Cada vez los sistemas educativos, los sistemas democráticos, los sistemas sociales, incluso religiosos, me refiero al mercado que se ha hecho de las religiones, nos quita el Espíritu, se tiene muchos derechos, muchas referencias, muchas fuentes, muchas misiones, pero falta el Espíritu. No se ve, no se siente, no se necesita, no se invoca la presencia del Espíritu, junto con ustedes pues, invoco, para nuestra hermosísima, pequeñísima diócesis, el Espíritu Santo.

Hoy todos nosotros digamos “el Espíritu del Señor está sobre mí”, el Espíritu del Señor está para mí”, “el Espíritu del Señor es el alma de mi diócesis, de mi Iglesia, “el Espíritu del Señor es la Luz de mi Iglesia”, “el Espíritu del Señor es el alma de mi Iglesia”. Entonces mis queridos hermanos nosotros tomamos nuestra la cita fundamental de Cristo. Cuando se avanzó bastante en espiritualidad, en la misión espiritual de la Iglesia, parece que quedamos muy lejos del pueblo, de sus dolores y sufrimientos. Hoy que nosotros recogemos esta Palabra en una forma tan solamente, tan honesta, descubrimos que el Espíritu de Dios, de Jesús, nos lleva en línea directa, espontáneamente, jubilosamente, a donde están los que sufren.

Hagamos que esta sea una ilusión y un compromiso muy fuerte de nuestra diócesis. Si nos preguntaran, -oye ¿tu diócesis de Texcoco en que se caracteriza?-, me lo decía una vez una persona ¿tu Iglesia en qué se distingue? Acabo de estar con un obispo y me decía, -mira, mi diócesis se distingue en que nosotros tenemos a toda hora el servicio de la confesión. Tú vas a mi Catedral a toda hora hay sacerdotes confesando. Mi diócesis se caracteriza porque nosotros ofrecemos el sacramento de la Reconciliación-. Me pareció interesante, me pareció buen eso. Pero, hoy, a la luz de esta Palabra, que si a ti te preguntan, sean los fieles cristianos, padres de familia, sacerdotes, obispos, que nuestra diócesis se caracterice por la caridad. Que nuestra diócesis se caracterice por el amor, que nuestra diócesis se caracterice por la prontitud espontánea de solidaridad con los que estén necesitados. En ocasiones medito, se los confieso, sobre lo que le pasa al obispo en su caminar, y les platico por ejemplo, hoy, en estos cincuenta pasos que di de la capilla de la Tercera Orden a aquí, muchas personas contándome sus sufrimientos: “obispo pide por mí”, “obispo estoy enfermo”, “obispo, mis hijos”, mucho dolor, hay mucho sufrimiento, y dije: la estructuras actuales van a seguir multiplicando, van a seguir siendo campo de egoísmo, de soberbia, de divisiones, y por lo tanto de amarguras y tragedias muy fuertes contra el pueblo de Dios.

Que la Iglesia sea portadora sea portadora del Espíritu, que nuestra diócesis: portadora del consuelo, nuestra diócesis: portadora de solidaridad; y estoy pensando desde las familias que, los padres de familia cristianos vivan n el espíritu, que en las casas se sienta Espíritu, se disfrute la acción del Espíritu, que por todos lados, que en todos los rinconcitos de la diócesis, en los centros de trabajo, en el caminar, en todo el quehacer, se note que aquí hay Espíritu, inspiración, frescura, espontánea capacidad de relación y de relaciones constructivas, relaciones limpias, relaciones edificantes. El espíritu del Señor esté con nosotros.

Y se impone que nosotros los sacerdotes seamos los primero en vivir la acción del Espíritu, en dejarnos modelar, en dejarnos hacer como María, como Jesús mismo, por la acción del Espíritu. La gran misión universal de la Iglesia consistió, arrancó, cuando los apóstoles, como María, como Jesús, recibieron el Espíritu Santo.

Hermanos, demos gracias a Dios por esta claridad que nos ha dado hoy la Palabra bendita, la Palabra divina de Jesús. Tomémosla muy apecho, todos, a cada instante. No seamos ya portadores de esta cultura de muerte, no nos dejemos enganchar por los sentimientos del mundo, no nos dejemos envenenar por la multitud de intereses y visiones tan parciales y egoístas que se respiran en todos los lugares a donde nosotros vamos. Nosotros vamos a vivir y a compartir, y vamos a difundir la acción fresquecita del Espíritu Santo que consuela, que respeta, que atiende, que da luz, que libera, y que proclama un año de respiro, un año delicioso, el año de gracia del Señor. Así sea.

Enseguida de la homilía, el Obispo Juan Manuel hizo la oración con la que los sacerdotes  renovaron públicamente sus promesas sacerdotales, exhortándolos a guardar fidelidad a su ministerio.

En la procesión de las ofrendan llevaron ante el obispo las tres tinajas con los santos óleos, los cuales se consagraron y bendijeron al final de la celebración.

Con la bendición final para todo el Pueblo de Dios, Don Juan Manuel concedió la indulgencia plenaria y la bendición Papal.

Para concluir la fiesta de los óleos sagrados y de los sacerdotes, el Consejo Diocesano de Laicos, ofreció la comida para todo el Presbiterio de Texcoco.

 

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