«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Homilía de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco, en San Miguel Tlaixpan, con motivo del 110° Aniversario de Erección canónica Parroquial de esta comunidad cristiana.
Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco en torno a los 110 años de Erección Canónica de San Miguel Arcángel, Tlaixpan.
27_05_17
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Mis queridos hermanos, desde que apareció Jesucristo Nuestro Divino Señor, aparece el cumplimiento de todas las promesas y de todo un tesoro, universo de gracia y bendición para la humanidad.
El día de hoy san Miguel Tlaixpan se viste de gala, san Miguel Tlaixpan se sigue sintiendo, manifestando como pueblo santo, como pueblo escogido, como pueblo especial de Dios. Ustedes ya lo saben por su historia, cómo esta comunidad cristiana ahora, tuvo un camino cultural muy importante. Era de las áreas preferidas de nuestro querido rey Netzahualcóyotl. ¡Cuántas veces él no contemplo su ciudad!, ¡cuántas veces no sería precisamente aquí, donde él confeccionó los sueños más bellos que tuvo!, digo por ejemplo este: Que al Ipalnemohuani (Aquel por quien se vive) se le tuviera como alguien muy cerca, junto, y que nos ayudara a caminar con el pueblo, nunca contra el pueblo, y que tuviéramos un pueblo tan hermoso que al pueblo se le saludara con flores y con cantos, y que sus corazones no sufrieran tormento.
Estos ideales de nuestro querido rey Netzahualcóyotl tienen mucho que ver en esta comunidad, tienen que ser cultivados en esta comunidad. Yo he sentido un gozo muy grande, siempre lo siento cuando llego aquí, pero hoy, de ver esa hermosura de parroquia, ese orden, ese buen gusto, esas ilusiones, esos detalles para enaltecer lo que sería una iglesia madre, es, Tlaixpan es una iglesia madre, es comunidad de comunidades, y sé que mis sacerdotes, los agentes de pastoral, las autoridades civiles, los queridos señores mayordomos seguirán enalteciendo y resguardando este santuario para nuestra región del Anáhuac, hoy Diócesis de Texcoco.
Junto con Coatlinchán, junto con Tocuila, junto con Chiconcuac, Tlaixpan era de los cuatro puntos referentes. Bueno, en aquella época Tláloc sería el que se veneraba, pero muchos indígenas cristianos de este lugar, empezaron a ver que san Miguel tenía características o mejores cualidades como lo dirían los misioneros, para que en lugar de Tláloc, aquí se venerara a san Miguel Tlaixpan.
Estamos, pues, ante un acontecimiento muy bello, mis queridos hermanos, donde se retoma la conciencia de comunidad y por eso me gustó mucho el salmo “Que los pueblos sean pueblos felices, que aclamen, que aplaudan al Señor, al Altísimo, al Rey Supremo”. Él nos ha levantado entre las naciones y los pueblos, nos ha escogido para ser suyos, a ver, de aquí, yo quiero aplicarlo, porque no, a esta comunidad “orgullo de Jacob, predilecto”. Que reto tan grande tenemos los que hemos recibido a Jesús, de ser dignos, de ser sabios, de ser buenos, de ser alegres, y continua el salmo 46: “Entre voces de júbilo y trompetas, Dios el Señor, suba hasta su trono ¡cantémosle!, en honor de Él celebremos, honremos, festejemos, cantemos todos”, y fíjense hermanos, sucede en torno al altar.
A partir de hoy san Miguel Tlaixpan, tiene su altar fijo que, otra vez se vincula a una historia todavía más antigua de la que un poquito acabamos de asomarnos, y se trata de cuando los israelitas, unos 500 años antes de Cristo, hace 2500 años estaban cautivos, estaban muy lejos y muy tristes en Babilonia, recibieron el llamado a través de un gran profeta, que es el profeta Ezequiel. Pueden leer esto que voy a contar en los últimos capítulos del profeta Ezequiel y encontrarán esto: Estando tan desanimados que ellos se iban a hundir y que iban a perecer de pobreza, de esclavitud y de hambre, Dios tomó al profeta Ezequiel, lo elevó y lo hizo divisar Jerusalén. Él al ver Jerusalén se sorprendió y tuvo una emoción inmensa, Dios el Espíritu, lo llevó al templo, y todavía por si fuera poco, lo llevó al altar. Y lo primero que vio el profeta Ezequiel fue una inscripción, que gracias a Dios tenemos en la Catedral de Texcoco, que dice: “Esta es la mesa que estará por siempre en mi presencia”. Hermanos, hemos puesto un altar fijo para que siempre esté, en la presencia del Señor.
Y luego, el profeta recordó aquel mandato que Dios le había dado a Moisés: Me pones una mesa y sobre ella colocarás pan con rostro. Bueno, se ha traducido “pan de la proposición”, ese es el término que se usa en las traducciones habituales, pero yo estoy seguro que significa “ahí me colocas un pan con rostro”. Vuelve a ser otro ideal de nuestro gran rey Netzahualcóyotl: que el pueblo tenga rostro y corazón.
Nosotros somos personas con rostro y corazón, sabemos dar la cara, sabemos ver hacia adelante, sabemos ver hacia atrás, sabemos ver hacia los lados, hacia la derecha, hacia la izquierda, tenemos rostro.
Y por eso, cuando los españoles trajeron tantas cosas: ropa, telas y también pan, nuestras abuelitas, nuestras mamás, cuando el pan estaba a punto de pasar al horno, ellas humedecían unas telas floridas, telas como todavía hacen, cutenses, servilletas, las ponían sobre el pan y delicadamente aplanaban el pan, lo metían al horno, y al salir, salía un pan con flores, pan florido, tal y como lo había pedido Nuestro Señor, no un pan cualquiera. En la mesa del Señor habrá un pan con rostro, bueno ya lo sabemos, ese pan con rostro es Cristo, “Yo soy el pan de la vida”. Cristo pudo dar la cara a Dios, y Cristo pudo darnos el rostro de Dios, y gracias a Cristo nosotros podemos darle nuestra cara y presentar nuestro rostro a Dios.
Bueno, ahí tendríamos mucho que meditar, queridos hermanos, pero déjenme comentarles; enseguida, en nuestra Catedral tenemos un texto así, en el altar fijo, aquí en esta parte, y ese texto dice, en pocas palabras: mefivoshet, era el último descendiente del rey Saúl, era hijo de Jonatán. Jonatán, amigo del rey David, y sus generales habían matado a todos los descendientes de Saúl para que no le fueran a reclamar el reino, y entonces todavía alguien preguntó ¿hay todavía algún descendiente de Saúl?, y dijeron ¡No!, bueno, hay un pobre hombre lisiado, no camina, está tirado en la cama, es hijo de Jonatán, pero ese no puede hacer causa y levantar bandera para querer tumbar a David. David no sabía, y se preocupó mucho, y lo mando llamar, y cuando llegó, pues todo desbaratadito, algunos todavía le aconsejaron ¡mátalo! para que ya no quiera pedir el reino, y David dijo esta frase inmortal a su general que quería matarlo “mefivoshet, el hijo de tu Señor, se sentará por siempre conmigo a la mesa”. Vamos a decir, el peor, el peor hombre, el menos digno, el menos que se esperaba, un pobre hombre lisiado, por orden del rey se sentaría por siempre a su mesa.
Hoy yo digo, al final, en esta sagrada mesa, todos somos mefivoshet. Nosotros somos pecadores. Yo soy pecador, yo no merezco estar cerca, estar en esta mesa, pero el David grande, amado de Dios, Jesucristo, a mí sin merecerlo, sin esperarlo me ha invitado y me ha escogido para estar a su mesa.
Esos designios de Dios hermanos no pasan, son estables, son para nosotros, se refieren a nosotros. Todos nosotros, y que aquí se diga “Todo Tlaixpan tiene derecho a venir a alimentarse de esta mesa, estar en torno a esta mesa”, y aquí tenemos que hacer todo ese espíritu de unión, ese espíritu de gozo, de familia y recibir el alimento sobrenatural, divino, para la eternidad y también para nuestras virtudes y compromisos y sufrimientos de hoy, como los que tendría mefivoshet.
Queridos hermanos es importantísimo, pues, bendecir, tener un altar fijo para que las enseñanzas tan altas de Dios, para que el caminar y los ideales del pueblo, que son tan valiosos, no se pierdan. A propósito del templo, a propósito del altar, se renueve nuestro caminar humano, espiritual y, al fin también nuestra autoestima y de la autoestima, nuestra capacidad de servir, nuestra capacidad de amar y de ser felices. Así sea.