Mensaje de Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

 07 de diciembre de 2022

Sintámonos profundamente felices queridas hermanas, queridos hermanos seminaristas, religiosos, consagrados, porque nuestra Iglesia Diocesana como un solo corazón y una sola alma, llega a venerar a la Santísima Virgen, cumpliendo aquella palabra que el Espíritu Santo reveló precisamente a Santa Isabel: “¡Qué feliz, que especial, que admirable eres!, porque has creído”. Y queridas hermanas, mis queridos hermanos, venimos a la escuela de la Santísima Virgen desde el inicio de su peregrinar histórico, su Inmaculada Concepción.

 Ya hemos celebrado las vísperas de la Inmaculada Concepción, con este canto tan bello de nuestra Iglesia hermana – madre de Oriente, que nos ha regalado estos textos tan bellos para meditarlos, para disfrutarlos y para alabar a Dios Nuestro Padre, a su Hijo, al Espíritu Santo que nos ha revelado espléndidamente el misterio de la Santísima Virgen María, y la llamamos “La Escuela de la Fe”; ella es La Escuela del Amor, ella es Escuela del Servicio.

 Vemos como desde la primera vez que aparece ella está en relación, está en relación al Padre, está en relación al Hijo, está en relación al Espíritu Santo, está en relación al Ángel, está en relación a su prometido -en ese momento San José- y después está relacionada con su familia, con la familia de David; y por eso ella va a visitar a su prima Isabel en las montañas de Judea para que así se revele la plenitud del Espíritu Santo cuando Isabel le dice: “¡la madre de mi Señor! para mí, solita para mí, todita para mí”. Yo quiero que ustedes mis queridas hermanas religiosas, queridos jóvenes seminaristas, religiosos, hagan suya esa aclamación tan bella con que se abre el misterio de la Santísima Virgen en el recorrido histórico de su vida, “¡la Madre de mi Señor para mí, conmigo, cerca de mí!”;

 Y precisamente mis queridos hermanos, es allí donde empieza a revelarse ese misterio de la Madre del Mesías, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, es así como nosotros tenemos que, también escuchar la voz del Espíritu; así como es importante la voz del Espíritu a través de Isabel, es muy importante la voz del Espíritu cuando dice la misma Santísima Virgen: «A partir de ahora yo seré la mujer más feliz, reconocida por todas las generaciones»; está será precisamente la expresión, y antes de Nuestro Divino Señor, la usó la Santísima Virgen: «me felicitarán, descubrirán mi felicidad y mi dicha, todas las generaciones». Qué triste cuando nuestros hermanos separados dudan, rechazan, y hasta ofenden a la Santísima Virgen, como pueden caminar sin este patrimonio tan bello, tan dulce, que Dios nos ha regalado a través de la Santísima Virgen. 

Por eso la Vida Consagrada tiene matices tan especiales y delicados, que solo quiénes se han acercado a recibir de la Santísima Virgen la inspiración para seguir a Cristo, lo pueden entender; ella es precisamente la mujer más feliz porque ha creído, ella es la primera que antecedió y que encarnó las bienaventuranzas; todas las bienaventuranzas que Jesús regalo sus discípulos, a la Iglesia para construir el Reino de Dios, lo decidió la Santísima Virgen, y las práctico en una forma plena y auténtica, porque ella será pobre, porque ella será pequeña, porque ella será sufrida, porque ella tendrá lágrimas y sufrimientos, porque ella tendrá misericordia, porque ella tendrá pureza, porque ella nunca se adueñara de nadie, porque ella tendrá siempre la capacidad de servir y de ayudar a todos los atribulados, a todos los que han sido derrotados por el pecado, o que están sumidos en la oscuridad, en la soledad y en la desesperación; ¡Feliz! una felicidad no que se consigue, no que se encuentra en el corazón humano, no una felicidad que consiguen los héroes, no una felicidad que consiguen los semidioses, sino la felicidad suprema, del cielo, que nos ha traído precisamente El Mesías.

 Y bueno junto con ustedes, quiero cerrar este momento tan bello de la Iglesia ante la Santísima Virgen, con nuestra Madre, nuestra Madre del Cielo, con aquella expresión que El Akáthistos nos ha regalado, entre tantas y tantas alabanzas a la Santísima Virgen, hay un momento en que nosotros dijimos, nosotros repetimos, nosotros cantamos, nosotros exclamamos: “Ella, así como Dios, un día nos hizo a imagen y semejanza suya, todos somos imagen y semejanza de Dios, pero hoy El Akáthistos nos dijo: Ella nos hizo a nosotros, disfrutar, recibir este regalo, ̀Dios se hizo semejante al esclavo ́”; gracias a la Santísima Virgen, gracias a su entrega, gracias al obsequio de su fe y disponibilidad, el Hijo de Dios, Dios se hizo semejante a nosotros, y en la peor o en la más baja expresión, como sería la de un esclavo, como sería la de un marginado, como sería ‒en la terminología del Papa Francisco‒ la de un descartado; Cristo Dios se hizo semejante al hombre, al ser humano. Qué compromiso tan bello tenemos, ‘ser humanos, no mundanos‛, humanos, ser pequeños, ser de Cristo. Así sea.